Y todos fueron cabras
Y una noche todos se convirtieron en cabras. Y fueron guiados por un pastor que, casualmente, no era ni mas ni menos que una gran Cabra vestida de traje. Y saltaron y gritaron poseídos por una campera de corderito invisible.
Y hasta ahí llegó un sacerdote sacrílego para tratar de exorcisarlos en masa, con su incienso y su libro cuasi sagrado. Y aunque algunos confundidos dudron si aplaudir la genialidad, la masa silvó el símbolo y se enardeció aun más. Y más parecido que al cielo fue al infierno de la vida diaria, donde los piqueteros son los héroes ánonimos de estos tiempos.
Muchas manos. Muchos posibles Filippi agitaron la noche de colegiales, matando el frío con tanto calor como ideales cargan las letras de los anfitriones, comulgando en miradas amigas y sentimientos irreverentes.
Ajustados como nunca, enérgicos como siempre, solo se puede reprochar un poco de distorción en la voz, aunque no suficiente para impedir que el mensaje traspase las paredes del teatro, potenciado por los cientos que lo corearon. Y quizás haya llegado hasta México. Y quizás el Comandante Marcos lo haya escuchado. Y si así fue, seguramente no pudo contener las ganas de saltar al ritmo de los mejores y únicos métodos.
